Retrato: sobre “chamanes” y ladrones de almas

Es mas que llamativo cómo en culturas distintas a la nuestra, desde siempre se ha asociado al hecho de “retratar” la facultad de secuestrar el alma, de robar el espíritu. No solo en una ocurre, aunque es cierto que tampoco se muestra del mismo modo en todas ellas.

Al detener el tiempo en un segmento que tiende a cero por definición –la velocidad de obturación–, la fotografía parece igualmente detener junto al rastro incuestionable del referente que “captura” (roba, secuestra), su propia esencia de ser, impidiéndole así cualquier ulterior cambio; el cambio que necesariamente nace del olvido.
La fotografía hace la función de exterminador del olvido a través de su empecinada e inmutable presencia. Así condena a sus personajes a ser rehenes de su propia historia asignándoles a un momento incuestionable, inmutable, siempre presente y, sobre todo, con un futuro que se alza a partir de esa imagen. Imposibilita otros futuros por tanto.

Galle / retrato

La fotografía en la cultura occidental nacía en un momento histórico, cultural y artístico en el que daba la falsa sensación de que podría ser una especie de espejo de lo real. Como si el sustrato científico sobre el que se alzaba el descubrimiento, garantizara su “asepsia” y su capacidad de reflejar la realidad de un modo directo e incuestionable.

El otro polo conceptual estaría en cómo la fotografía, desde sus inicios y precisamente por esta apariencia de ser capaz de encerrar la realidad dentro de sí, se transforma en aquello que completa al texto, lo ilustra, le devuelve esa evocación de “certidumbre” de la que carece por sí mismo. Pero lo hace, contradictoriamente, reincorporando al texto la “magia”; esa magia que el texto pierde en su propia disposición espacial (izquierda/derecha, derecha/izquierda o también arriba/abajo en otras culturas) que le confiere el valor de lo histórico, lo dispuesto de un modo lineal en el tiempo en definitiva.

Así el texto gana la credibilidad perdida cuando se crea a espaldas del simbolismo mágico.Pero, a la vez, la imagen es secuestrada por el texto y pierde su poder para contar la historia de un modo “no lineal”: esa es la única historia posible en realidad.

Flusser trata este tema de un modo mucho mas profundo y también “arriesgado” en su “Una Filosofía de la Fotografía”.

La fotografía parece tener el poder indiscutible de representar el “ser en su esencia”, el Dasein de Heidegger (ser-ahí) de algún modo. Representa, en definitiva, “La Cosa” en el término mucho mas manejable que yo elijo para ilustrarlo. (a Heidegger es muy difícil entenderle…para mí al menos)

La fotografía tiene sin duda un carácter hipertextual, entendiendo por hipertextual el poder de la fotografía para dar pistas, señales, sobre aspectos de la realidad mas allá del propio texto que encierra, o al que acompaña. Además lo hace de un modo intratextual, ya que sus significados –siempre diversos– provienen de las relaciones entre los elementos que encierra en sí misma. Su “texto” se lee solo en relación al código que ella misma aporta dentro de su propio marco; no depende del exterior para su codificación. Creo que era Barthes el que adelantaba esa consideración.
Se que esto es una afirmación poco común y en apariencia hasta irrisoria,…pero NO lo es, y en las corriente de la deconstrucción encontramos referentes abundantes en este sentido.

Todo esto que no es mas que una tormentoso desparrame de conceptos deshilvanados, espero que sirva para seguir dándole leña a esta cosa de la ética y el retrato…o, mejor, a seguir preguntándonos sobre el objeto de la fotografía.

Os dejo sobre estas letras también uno de los últimos retratos que hice antes de dudar seriamente sobre el cómo, para qué o cuándo hacerlos, tras este tipo de devaneos que voy desovillando en esta casa.