Sesteaba a la sombra del génova, pero la jarcia se había enredado al trasluchar. Le despertó el ruido de las gaviotas al acercarse a la costa. Arriba, parecían ahora estrellas en constelaciones cambiantes; cerca del velamen eran, en cambio, molestos pajarracos que anunciaban el fin de una búsqueda infructuosa mas para el capitán.
¡Maldito sueño blanco! Recuerdo aún, bajo esta vela en sombra, el fantasma que renacía una y otra vez entre el vapor de su encendido espiráculo.
Así escribía en su última postal el veneciano: ¿Pero qué demonios ve usted sobre esas espumas rotas, sobre las crestas de las rocas que solamente la altura de su propia nave enfrenta con las nubes…? ¿No son, acaso, mordientes estructuras fantásticas muertas entre la luz de lo que ya ocurrió?
Capitán, ¡debe atravesarlo y dejar que su refulgente lomo lechoso se pierda! Capitán, es su deseo quien da vida, luz y fuerza al brillo blanco de ese animal…