Una fotografía puede documentar una obra de arquitectura, sin duda. ¿Pero ese es el mayor valor que puede alcanzar la obra al pasar por el tamiz de las lentes?. Claro que no…
La arquitectura dialoga a sus anchas con la fotografía, son “tal para cual”. Pero la buena fotografía no es la que trabaja al servicio del “objeto”, sino la que “lo destruye y lo reemplaza”.
Una propuesta así pone al cliente en un serio aprieto. Cree que perderá su obra, y él, quiere que su obra permanezca para siempre.
¿Cómo se explica a un cliente, a un arquitecto, a un constructor, que su obra debe ser engullida por la fotografía si quiere que permanezca?. Y que el precio de la permanencia es la pérdida del rastro de realidad inmanente al acto fotográfico. No es fácil…
Pero es mas difícil ver cómo se derrumban obras estupendas en manos de clientes o fotógrafos que no han sido convencidos aún: vuestra obra no la verá nadie en realidad, o no la verá nadie cuya mirada haga vuestro trabajo relevante, presente.
Si “sacrificas la obra” haciendo un reportaje, deja que ese sea un reportaje en el que hable la propia fotografía, —esa idea inconclusa, dinámica, activa— y la RE_presente.
Un reportaje de arquitectura no es la instantánea de una obra acabada y presente. Es una obra viva que vibra en los ojos gracias a la intención de la cámara y a su juego con ella.
La obra deja de ser “la cosa” para que la fotografía sea el objeto, y su charla “tenga por objeto” la captura de la mirada del otro: no se captura el referente, se captura la mirada de quien ve la fotografía. Que es otra “cosa”…
Dejemos que el objeto de la fotografía sea la propia fotografía y no la evocación onírica, fantaseada del referente.
Primera fotografía: Vivienda unifamiliar en “L” en La Bilbaína. Arquitectura de “Foraster Arquitectos”. Constructora, “Decons”
Segunda fotografía: Centro Niemeyer en Avilés.